En este in-crescendo constante que es la serie de cuatro clásicos, arranca la eliminatoria de Champions -el capítulo con más expectación mediática y trascendencia planetaria por situarse en un contexto europeo y prácticamente global- justo en el momento en el que la rivalidad entre los dos entrenadores más importantes del momento en el fútbol mundial alcanza una nueva dimensión. Como espectáculo, es difícil imaginar un duelo más apasionante, sobre todo después de que ayer asistiéramos a un ácido intercambio de golpes dialécticos con una escenificación muy peliculera. Pero en realidad, lo que lo mueve y lo justifica todo, lo que pasará realmente a la historia y lo que hará que medio globo terráqueo se acueste hoy muy tarde y su extremo opuesto modifique su rutina, es el partido. Son los partidos. Una eliminatoria que, para añadirle más interés, llega a su punto de inicio con el pronóstico mucho más abierto que el que habríamos dado hace justo quince días.

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Llega "la semifinal pobre" de esta Champions League. Evidentemente, un Madrid-Barça europeo acapara todo el protagonismo, y más en una temporada como ésta en la que parece haber unanimidad sobre la condición de mejores equipos de Europa de los dos grandes de la Liga Española. Sin embargo, uno de ellos no disfrutará de la noche londinense de Wembley dentro de un mes, y en cambio será o el flojo Schalke 04 o el venido a menos Manchester United -si utilizamos calificativos escuchados y escritos durante toda la temporada, también en este blog- el que tenga la oportunidad de ser campeón de Europa. Hay mucho en juego esta noche en Gelsenkirchen. Un partido de enorme trascendencia, aunque parezca un homenaje a Ryan Giggs y a Raúl González. En realidad, un poco sí lo es: ellos han sido los principales responsables de que sus equipos hayan llegado hasta aquí.

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Quizá Sir Alex se acordó de aquel día de enero de 2009 en el que, contra todo pronóstico, Ryan Giggs jugó ante el Chelsea como medio centro en un partido en Old Trafford que acabó 3-0. Aquella memorable actuación fue uno de los argumentos principales para que el galés ganara, pocos meses después, el premio de Mejor Jugador del Año en la Premier, una decisión algo discutible si se tenían en cuenta sólo las 38 jornadas de aquel campeonato -pesó, por supuesto, su trayectoria-. Se percibió el galardón como un homenaje a un futbolista que pronto se retiraría, como una recompensa que llegaba justo antes de que empezara el declive. Sin embargo, el declive no llegó. Ni ha llegado aún. En la temporada siguiente, Giggsy fue uno de los mejores futbolistas del United post-Cristiano, el que elevó su fútbol en la parte inicial de la campaña. Ahora, dos años después de aquel encuentro ante el Chelsea, el galés ha sido el hombre más determinante de la eliminatoria a priori más equilibrada de los cuartos de final de la Champions League. Ante el mismo rival que en esa tarde invernal, jugando en la misma demarcación los 180 minutos del cruce, sus tres asistencias de gol marcaron la diferencia y volvieron a clasificar al United para las semifinales. Con 37 años ya llamaría la atención que no desentonara en una cita de tanta magnitud. Que pudiera soportar el ritmo, que estuviera a la altura. Pero incluso sobresale. Uno compara su teórico ocaso con el de Frank Lampard, cinco años menor, y siente aún más iración por el genio de Cardiff.

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Viaja el Barcelona a Donetsk con la precaución lógica del que no quiere conceder ninguna posibilidad al rival de reengancharse a una eliminatoria prácticamente decidida. Así que el foco mediático mundial estará esta noche en Manchester, donde el United quiere seguir soñando con un triplete que se presumía imposible en la temporada presente pero que sigue apareciendo como una posibilidad real a mediados de abril. Su rival vive entre el drama y la obsesión: su tan deseada Champions puede evaporarse una vez más, y esta vez lo haría casi cerrando un ciclo. O dos: el de sus jugadores más emblemáticos y el de su entrenador Ancelotti, el que logró el doblete en su primera temporada en Inglaterra -hito histórico-, pero también el que ahora parece desorientado e incapaz de hacer fabricar fútbol a un conjunto plano y previsible. Pero es el Chelsea; tiene, a priori, mucho gol, y ya el año pasado ganó 1-2 en Old Trafford. Hay eliminatoria. Al menos, es la más abierta de las cuatro.

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¿Cómo plantear un partido ante el mejor equipo mundial del momento y -quizá- de todos los tiempos? Es una de las cuestiones más interesantes en el debate futbolístico actual. ¿Esperarlo muy atrás y cerrarle los espacios de los últimos pases? ¿Hacer exactamente eso pero con la línea defensiva algunos metros adelantada? ¿Irlo a buscar arriba con una presión intensa a su salida? Se ha intentado de todas las formas posibles, y salvo algunos héroes inesperados, casi todos los oponentes han acabado derrotados. El Shakhtar propuso anoche una versión un tanto kamikaze. Solicitar un partido abierto, un intercambio de golpes. Un duelo con muchísimas oportunidades de gol. Y también así ganó el Barça: porque generó muchas más y porque finalizó bastante mejor. El conjunto ucraniano gustó por su capacidad creativa y la velocidad de sus puntas: sí, ataco de forma mucho más convincente que el resto de rivales europeos que han pasado esta temporada por el Camp Nou. Pero, sin embargo, defendió bastante peor que la mayoría de ellos. Y es que, pese al raro nerviosismo que mostró el conjunto de Guardiola atrás -una cuestión para analizar, sin duda-, la sensación que dio el partido era que, por cada gol que podían marcar los hombres de Lucescu, el campeón de la liga española podía responder con dos o tres más. Que cada vez que forzaba la máquina causaba pánico en una defensa rival que jamás se mostró sólida, que en ninguna fase del partido dio la sensación de controlar la situación. Quizá el resultado final fue exagerado y probablemente el Shakhtar mereció algún que otro gol más: pero también pudo conceder una cantidad de récord.

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Merece la noche de ayer un análisis profundo. Especialmente el partido de Milán, que acabó con un resultado que, probablemente y sin exagerar, sea el más sorprendente de la Champions League en todo el siglo XXI (abierto estoy, obvio, a recibir aportaciones sobre otros encuentros inesperados de impacto aún mayor). Cuando el frenesí de la actualidad se detenga revisaremos lo ocurrido en San Siro e intentaremos explicar cómo un Schalke que a priori era el peor de los 16 equipos que accedieron a octavos está ya casi en semifinales. Peró eso será más tarde. Ahora toca hablar del Bernabéu, donde el resultado logrado por el Madrid fue mayor del esperado, y también de lo que se nos viene encima en un miércoles espectacular.

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Partido de cuartos de final en el Bernabéu. A priori, noche grande, aunque no se respira en ningún caso un ambiente de finalísima. El reciente tropiezo inesperado ante el Sporting -con los cambios de Mourinho como cuestión principal de debate-, la inminencia de un cuádruple enfrentamiento ante el Barcelona que casi se da por sentado y, sobre todo, la poca tradición histórica en la Champions League del adversario han convertido el Madrid-Tottenham en un encuentro con una expectación menor, a efectos mediáticos, de lo que su valor futbolístico merece.

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A punto de empezar el Milan-Inter en San Siro, la tendencia más romanticista espera un empate en el clásico lombardo que dé alas a los otros dos candidatos al título. Especialmente a un Udinese que es el contendiente favorito de muchos aficionados que lo consideran el equipo más atractivo del campeonato. Entidad modesta y sin tradición de títulos importantes, el conjunto friuliano ha sumado 33 de los últimos 39 puntos en la Serie A. Es el cuadro que llega al tramo final con una dinámica más positiva y sus opciones aumentan al comprobar que ninguno de los dos punteros, clásicos gigantescos, logra mostrar una imagen convincente. En Marcador Internacional de Radio Marca hablamos esta semana con Antonio Di Natale, el líder espiritual y máximo goleador del equipo de Guidolin, a pocos días de su trascendente encuentro en Lecce (mañana domingo a las 15:00). Esta es la transcripción del diálogo que mantuvo el periodista italiano Andrea De Pauli con Totó.

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