lunes, 9 noviembre 2009, 15:58
Ayer se disputaron dos enfrentamientos entre indiscutibles candidatos a los títulos de la Premier y la Ligue 1. Uno, el Chelsea-Manchester United, terminó 1-0 y se decidió en una acción polémica a balón parado. El otro, el Lyon-Marsella, registró un histórico 5-5 y nos acabó transportando a un estado de éxtasis alucinante. Nos divertimos mucho más en el segundo, que respondió exactamente a lo que se espera de un espectáculo. Sin embargo, creo que todos coincidiríamos en señalar que los dos contendientes del duelo inglés son apuestas mucho más seguras de cara a la Champions. La solidez y la seriedad siguen siendo virtudes necesarias, fundamentales en los equipos fuertes que aspiran a todo. Ayer, tras irar el potencial ofensivo del OL de Puel, que me gustó más que el OM de Deschamps, tras elogiar su regeneración post-Benzema, su forma de invertir el dinero recibido (impresionante Lisandro), lamenté las facilidades que había dejado atrás como un punto débil que lo aleja de la super élite de la que sin duda formaría parte si dispusiera de más opciones de garantías en la parte trasera. Y salvo, por supuesto, a Hugo Lloris, cuyo monumental error anoche no debe confundirnos sobre su enorme categoría: fue otra prueba más del carácter aleatorio que tiene a veces este juego, de su distancia con respecto a las ciencias exactas. A veces, cuando el fútbol se vuelve loco, cuando se suceden acciones sin aparente sentido, y por mucho que nos encante analizar lo que ocurre en el campo, no deberíamos rompernos la cabeza intentando comprender por qué ocurren las cosas. Simplemente debemos sentarnos y disfrutar, sin buscar respuestas. Un poco como en la última película de Jarmusch, un poco como en las deliciosas (no) novelas de Fernández Mallo.
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