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Cuando se habla de Vespa siempre se nos viene a la cabeza la imagen de un scooter cargado de encanto. Si es de aquellos que tenían un motor de dos tiempos, mejor. Con algo más de imaginación incluso podríamos imaginarlo en el marco de unas calles italianas, como los más cinéfilos recordarán en el cartel de la película Vacaciones en Roma, en la que Gregory Peck y Audrey Hepburn se pasean sin casco. Pero Piaggio, que después de abandonar en 1944 la aeronáutica comenzó a cosechar en 1946 un enorme éxito con su Vespa, trató de repetir su éxito como fabricante de coches. Solo que podría decirse que 'no le dejaron'.
A mediados de los 50 la marca Vespa ya era casi un icono y el negocio de Piaggio iba viento en popa. Fue entonces cuando Enrico Piaggio, hijo de uno de los fundadores de la compañía, planteó que había llegado el momento de crear el primer coche urbano de la marca; sería un modelo muy simple en su concepto y de bajo mantenimiento, al estilo de los Goggomobil o Iso Isetta.
Rivalizar con el Fiat 500
Pero había un problema, y es que Fiat planeaba sacar en 1957 el Fiat 500, que representaba una opción todavía más sencilla y asequible que el Fiat 600 que en España acabaría fabricando y vendiendo Seat. A Fiat no le interesaba ni remotamente tener un nuevo rival de la popular Vespa e hizo valer su poder para evitarlo a toda costa, que era muy alto. Así, lanzó un órdago: si Piaggio fabricaba o vendía en Italia su nuevo coche, Fiat diseñaría y comercializaría scooters para quitarle buena parte del mercado a la Vespa.
Como Piaggio no era tan poderosa como Fiat y entendieron que el órdago iba en serio, en Piaggio decidieron que el coche se fabricara en uno de los países donde la Vespa se construía bajo licencia y después iniciaran desde allí la exportación a cualquier país menos a Italia. Eligieron Francia, más en concreto Fouchambault, donde la firma ACMA fabricaba la Vespa. E incluso tuvieron la precaución de adaptar las suspensiones y la carrocería monocasco a las exigencias de las adoquinadas calles sas, previendo que sería en aquel país donde más se vendiera.
Solo 14 CV
En efecto, así fue: Francia dio una aceptable acogida al Vespa 400, un microcoche de solo 2,85 metros de largo en el que incluso había espacio detrás para dos niños pequeños o alguna maleta. El motor trasero era un bicilíndrico de dos tiempos con 393 c.c. y 14 CV, suficiente para impulsar los 350 kilos de coche (más sus ocupantes) a una velocidad máxima de 90 km/h.
Dentro era sencillísimo, por no decir espartano, con unos asientos tubulares y un cuadro de instrumentos casi tan simple como el de una scooter, con el velocímetro, el nivel de combustible y poco más. Y para disfrutar mejor del entorno se podía pedir con un techo de lona que se enrollaba detrás, justo encima de la tapa del motor.
31.000 unidades
El coche contó con la promoción del 5 veces campeón del mundo de Fórmula 1 Juan Manuel Fangio y el primer año se vendieron 12.000 unidades, algunas de las cuales llegaron incluso a Estados Unidos (allí se vendieron unos 2.000 ejemplares). Sin embargo en 1962 cesó su producción cuando se habían producido aproximadamente 31.000 unidades.
Los problemas que le llevaron a ello fueron varios. En primer lugar, cada vez que se repostaba gasolina había que añadir de forma separada el aceite, algo que la gente aceptaba hacer en una moto pero no en un coche. Por otro lado, en 1959 había llegado el Austin Mini, mucho más eficaz, amplio y moderno en todos los sentidos que el Vespa 400.
Arrebatarle la nacionalidad
Pero lo que en mayor medida evitó entonces su éxito, y que hoy Vespa sea un fabricante de coches, fue el hecho de que Fiat evitara la 'nacionalidad' italiana de este microcoche. Si se hubiese fabricado en Italia tal vez habría vendido cientos de miles de unidades, arrebatando entonces el protagonismo y hoy día el papel de icono que acabó alcanzando el popular Fiat 500. Así que echándolo fuera de Italia consiguieron dejar vía libre al nuevo Fiat e hicieron que Piaggio no tuviera los beneficios suficientes como para plantearse nuevos modelos. Y así, no les quedó más remedio que seguir con los scooter, con los que por otra parte no les iba nada mal.
Por cierto, ver hoy un Vespa 400 es algo casi insólito, pero todavía quedan ejemplares y algunos de ellos están muy bien restaurados. Eso sí, por un gran ejemplar no te piden menos de 25.000 euros.