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En la vida de Óscar Fernández no hay líneas rectas. Lo suyo ha sido siempre una carretera de curvas pronunciadas, de repechos que aprietan el alma y bajadas donde el vértigo hace dudar de todo. Fue un canterano del Racing de Santander que rozó el cielo muy pronto, pero que aprendió a fuego que la vida, como el fútbol, no se juega en línea recta.
"Le cogí asco al fútbol", reconocía tiempo atrás en un acto de honestidad que pocos deportistas han verbalizado con tanto coraje. Pero no era odio verdadero, sino una mezcla de decepción, presión, soledad y ansiedad. "Tuve ansiedad y comía por impulso. No eran donuts, pero sí tres veces más anacardos de los que debía", confiesa. Ahora, en 2025, ha transformado esa herida en palabras con la publicación de su segundo libro: 'Detrás del miedo, justo ahí, está la felicidad'. Un título que no es metáfora, sino brújula.
"Este libro no tiene recetas mágicas", explica a MARCA, "pero sí muchas historias que muestran que todos hemos sentido miedo. Lo importante es atravesarlo. Porque la vida se pasa muy rápido y a veces renunciamos a sueños por el qué dirán, por el miedo al fracaso. Este libro es una invitación a atreverse”.
Óscar no habla desde una tribuna lejana. Habla desde la herida, desde el barro. De aquel chaval que brillaba en los campos de Cantabria hasta debutar con el Racing en Segunda División, con apenas 19 años. “En el Racing viví los años más felices de mi carrera: jugar en casa es un sueño cumplido”, recuerda. De ese extremo derecho que parecía destinado a la élite, pero que encontró sus fantasmas en ciudades ajenas y vestuarios fríos. Madrid, Fuenlabrada, Castellón, Barakaldo, Don Benito... Y el silencio. Y la ansiedad.
"Me obsesioné con triunfar y eso me rompió. Hoy tengo paciencia y vivo el fútbol sin miedo al fracaso". Aquella obsesión por llegar —alimentada por el ego— le pasó factura. “El ego me llevó al fracaso: necesitaba triunfar sí o sí y eso me rompió por dentro”.
Me obsesioné con triunfar y eso me rompió. Hoy tengo paciencia y vivo el fútbol sin miedo al fracaso
Hasta que algo dentro de él se quebró. Fue entonces cuando, como él mismo relata, “ir al psicólogo fue lo mejor que he hecho en mi vida”. Aprendió a parar, a mirarse por dentro, a entender que “hay que aceptar que no todo depende de uno y que se puede entrenar mal un día sin que pase nada”.
De esa transformación personal nació su primer libro: Vida y fútbol: la importancia de aprender a fracasar. Una obra que sirvió de bálsamo para él y de espejo para muchos. “Escribo para ayudar a los demás, como otros libros me ayudaron a mí”, resume con humildad.
En su nuevo trabajo literario, publicado con la editorial Alter Ego, ha reunido testimonios de personas anónimas y conocidas. Gente que también dudó, que también tembló. “Hay una historia que toca especialmente, la de Gracia Salinas, madre de mi mejor amiga. Creo que hará reflexionar a muchos”.
Óscar ha encontrado en la escritura una forma de redención. Y en la lectura, un salvavidas. “Maduras con los daños, no con los años”, dice, dejando entrever que el verdadero aprendizaje no está en el número de partidos, sino en las heridas asumidas.
Escribo para ayudar a los demás, como otros libros me ayudaron a mí
Mientras tanto, sigue corriendo detrás del balón en la Segunda Federación, ahora en el Marino de Luanco. Pero si hay un lugar donde volvió a sentirse en paz fue en Logroño. “En Las Gaunas fui muy feliz. ¿Por qué no volver a Logroño?”, lanza al aire. Allí, con la SD Logroñés, recuperó no solo sensaciones sino también propósito. "Nunca es tarde para nada en la vida, y menos en el fútbol".
No todo han sido regresos plácidos. También ha habido decepciones recientes. “Andorra ha sido un fraude futbolístico absoluto”, sentencia con claridad. Porque él ya no adorna lo que duele: lo verbaliza, lo escribe, lo sana.
Mirando al futuro
No le tiembla la voz para denunciar los males del deporte que ama. “En el fútbol muchas veces solo eres un trozo de carne: se olvidan de que somos personas”. Y añade con amargura: “Es un mundo muy sucio, lleno de exigencia inmediata y sin empatía”.
Por eso le preocupan los jóvenes, los niños. Lo ha visto de cerca. “Los padres quieren que sus hijos sean Messi o Lamine Yamal, y eso es peligrosísimo”. Apuesta por un enfoque distinto: “Los niños tienen que disfrutar, no vivir con una presión que les rompa por dentro”.
Óscar lo sabe bien. Lo vivió. Lo sufrió. Y ahora, sin rencor, lo comparte. Sus palabras, como su carrera, no son un eslogan. Son un proceso. El de un jugador que ha aprendido que fracasar no es el final, sino el principio. Que al éxito también se llega llorando. Detrás del miedo está la felicidad.
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