La UD Las Palmas va a descender y no será por los árbitros, en eso coincido con Miguel Ángel Ramírez. Su caída al abismo se debe a una calamitosa segunda vuelta, a la erosión de la esencia y a un cúmulo de sombras y pecados pretéritos que todavía habrá que desgranar. Pero sí es cierto que pudo -y tuvo- que llevarse un punto del Pizjuán. Lo evitó el extendido mito del portero intocable en el área pequeña. Ese que todos hemos escuchado alguna vez y que dice que el que lleva guantes no puede ser rozado en esa zona, como si fuera estrellita. Un extendido bulo, casi tan antiguo como el propio fútbol, que ha ido corriendo de generación en generación y que no encuentra eco en las frías letras del reglamento.
El guardameta solo goza de un privilegio sobre los demás jugadores, y no menor, que es el de poder tocar el balón con las manos dentro del área. La pequeña está pintada para el saque de portería y para marcar la zona en la que no se puede ejecutar un libre indirecto. Vamos, que el gol de McBurnie tuvo que subir al marcador. Pero la costumbre, que es también una norma social, en ocasiones nos juega malas pasadas. Como una mentira que, repetida cien veces, se viste de verdad. ¿Hubiera señalado falta si ese salto de Marc -empujado previamente por Ramón Martínez- se hubiera producido en el centro del campo?
Sólo una hipótesis justificaría la anulación: que Nyland, con el balón apresado entre sus manos, reinara sobre la jugada. De ser así, el veredicto sería legítimo. Pero en ese caso, Martínez Munuera tendría que haberse parado a revisar las imágenes, y para eso hay que tener personalidad y valentía. De haberse dado cinco segundos, también se hubiera dado cuenta de que el balón se escurre por los guantes del noruego. En definitiva, lo del portero y el área pequeña es como lo de Ricky Martín, el perro y la mermelada. Una historia que nos han contado tantas veces y durante tanto tiempo, que juramos haberla visto con nuestros propios ojos.
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