“Los resultados son los que ponen y quitan entrenadores”. Cuantas veces habremos escuchado esta frase en la historia del fútbol.
La semana pasada, sin ir más lejos, la vinieron a decir de una u otra manera tanto Del Nido Carrasco como Víctor Orta cuando tuvieron que explicar la destitución de Pimienta sólo unos meses después de renovarle.
Esta máxima del fútbol está aceptada por todos, incluso hasta por los propios entrenadores. Ellos son los primeros que saben que cuando la pelotita no entra su trabajo está en peligro. Sin embargo, a mí esta ley me parece un tanto superficial. O como mínimo incompleta.
Los resultados son lo más importante, pero a la hora de tomar una decisión de este calado debería ser aun más decisivo la razón de los mismos. En el fútbol hay rachas, hay dinámicas, hay momentos. Algunos de ellos requieren de una intervención, como fue el caso del Valencia. Pero otros requieren de darle a un entrenador lo más valioso que hay en el fútbol y en la vida: tiempo.
A mí me gusta decir que en realidad todo depende siempre del vestuario. De los jugadores. Si el entrenador los ha perdido está liquidado. Si su mensaje ya no llega o no convence, está fuera. Su tiempo se ha agotado. Pero si el vestuario sigue creyendo, si sigue empujando y siguiendo a su entrenador, lo normal es que sea cuestión de tiempo que la cosa cambie. Éste es el caso de Manolo González en el Real Club Deportivo Espanyol.
Manolo ha tenido dos momentos claros de destitución si sólo seguimos aquello de que “los resultados son los que ponen y quitan entrenadores”. El primero fue tras caer goleado ante el Girona, encadenando así 4 derrotas consecutivas. El Espanyol llevaba 10 puntos en 13 partidos. Estaba penúltimo y, de verdad, el partido fue terrorífico.
El club decidió esperar. Garagarza no apretó el botón. Y lo que sucedió la semana siguiente no sólo fue que el Espanyol goleó al Celta, sino que el equipo demostró que seguía creyendo y que estaba del lado de su entrenador. Se vio en las celebraciones y se notó en las declaraciones. No eran palabras vacías. El equipo estaba con su líder. Y la afición también, como demostró durante todo aquel partido coreando el nombre de Manolo González.
Sin embargo, la plantilla del Espanyol es la que es, y un mes más tarde se publicó que Manolo se la volvía a jugar ante la UD Las Palmas en el último partido del año. Aquel día el Espanyol no ganó. Al contrario, perdió. Pero Fran Garagarza quiso aguantar su apuesta y mantener la confianza en quien les había llevado ahí. Desde entonces, el Espanyol lleva 6 victorias, 5 empates y 2 derrotas con un partido menos que el resto, ese que recuperará ante el Villarreal. Es el quinto equipo que más puntos ha sumado en 2025 con 23. Si gana al Villarreal, de hecho, igualaría al segundo y al tercero, el Real Madrid y el Valencia.
Manolo González sólo necesitaba un poco de tiempo y un par de refuerzos en el mercado de invierno para demostrar que su Espanyol podía ser competitivo y que él es un entrenador de Primera División. No jugó al fútbol de élite, en su día conducía un autobús y ha tenido que llegar desde abajo. Cualquier otro se hubiera recreado en su propia historia, pero a Manolo, cada vez que se la contaban, parecía que le sobraba. Estar en Primera no era un regalo. No era un premio. Ni siquiera parecía una oportunidad. Para Manolo González estar en Primera División era una responsabilidad. Y está cumpliendo con ella.
A su Espanyol sólo le queda una victoria, quizás un par de empates, para certificar una permanencia más que meritoria tras el ascenso del año pasado. A Manolo González jamás le han echado de un equipo. Si esto ha sido así es porque ha tenido muy buenos resultados, pero sobre todo porque en realidad quitar o poner un entrenador no depende de ellos.
Los resultados no toman decisiones. No deciden creer o no en un entrenador. No deciden mantenerlo o destituirlo de su cargo. Quitar o poner un entrenador depende de las personas. Y las personas que componen al RCD Espanyol desde la grada hasta el vestuario pasando por la dirección deportiva decidieron confiar en Manolo González cuando, quizás, lo más fácil era no hacerlo.
Comentarios