El golf, que ya por su propia naturaleza alimenta a sus detractores -"en un deporte la bola te espera, no es un deporte"- rescata cada dos por tres, cada vez con más frecuencia por las urgencias de esta era, una denuncia hacia su principal problema: el juego lento.
El Masters de Augusta, el impecable torneo donde no hay relojes por el campo ni vallas publicitarias, y los marcadores siguen cambiándose a mano, aunque tecnológicamente el club parezca el pentágono, vivió una primera jornada eterna. Partidos de tres jugadores que se fueron por encima de las cinco horas y media, cuando hace una década solían durar 4 horas y 45 minutos. "El campo es tan exigente, que no me extraña que ocurra", dijo José María Olazábal, uno de los que vivió esa época. "Con dos pares cinco, el 13 y el 15, donde podías llegar de dos pues tienes que esperar. No tenía la sensación de haber estado tanto tiempo en el campo", añadió Jon Rahm
¿Cómo se arregla eso? ¿Quién lo hace? No te vas a poner a tirar por encima de las cabezas de los jugadores que juegan más despacio".
Llueve sobre mojado. Hace un mes, el desenlace den Houston, en el abierto puntuable para el PGA Tour, fue uno de los ejemplos palmarios. Min Woo Lee, el australiano de sangre coreana, se pasó entre los arbustos del hoyo 8 (par 5) más de siete minutos buscando posibilidades de cómo dar el segundo golpe. Escrutó todo tipo de acción, incluida el golpe de rodillas, para finalmente dropar con penalización y luego salvar el par. El tramo lo completaron los tres jugadores del partido estelar -el argentino Alejandro Tosti y el neocelandés Ryan Fox eran los otros- en 30 minutos. El partido se fue por encima de las cinco horas también.
El juego lento es algo tan antiguo en este deporte como las bolas de balata. Entre los más señalados estuvo Bernhard Langer, que el viernes, si no pasa el corte, jugará su última ronda en Augusta como anunció. Un día, cuando el alemán jugaba con una barba poblada y estaba acabando una ronda, Lee Trevino denunció su actitud con humor: "He visto a este tipo justo antes de empezar la ronda y estaba recién afeitado". Pero no ha sido hasta esta era, marcada por las parrillas televisivas y los ratings de audiencia, cuando se ha tomado en serio el asunto. No en el PGA Tour que sigue sin castigar con penalización de golpes a los golfistas que deslucen el espectáculo.
El recién nacido y criticado LIV Golf cuida mucho de eso, aunque la fórmula de salir todos a la vez por cada hoyo no convenza entre los ortodoxos. "Claro que nos piden que juguemos rápido. Y en alguna vuelta, con parones nos hemos ido a casi cinco horas, pero es la excepción. Ha habido días que hemos acabado en cuatro horas y 10 o algo así", apunta Sergio García, que reconoce el problema. "Claro que es agotador. Parar, jugar, parar, jugar... Pero, ¿cómo se arregla eso? ¿Quién lo hace? No te vas a poner a tirar por encima de las cabezas de los jugadores que juegan más despacio".
Se apuró tanto, que a pesar de que los partidos comenzaron 30 minutos antes de otras ediciones y sólo había 32 grupos, el último, el que seguía al partido de Rahm, acabó con el sol ya bajito, la luz que suele caracterizar el domingo la investidura de la chaqueta verde, ceremonia cuyas fotos finales acaban en la oscuridad.
El caso es que las reglas existen. El primer jugador tiene 50 segundos para dar el golpe y los siguientes, 40. En el tee, salvo en los pares 3, se abrevia incluso a 40, aunque se suelen dar cinco segundos más de cortesía. Pero, en realidad, en los circuitos fuera del LIV, sólo el DP World Tour, el circuito europeo de toda la vida, se está preocupando de cumplirlo.
Allí es habitual avisar a los jugadores que van lentos y en el caso de que en tres hoyos no hayan recuperado el tiempo previsto, se les avisa que están en el reloj. El riesgo es el castigo de un golpe al golfista que infringe las reglas en el mismo torneo y una multa económica. Hay una lista de jugadores que están catalogados como lentos y son vigilados con especial celo.
Un hecho más sucedió el domingo pasado en el concurso de putt que organiza el Augusta National con niños. Uno de ellos se tiró dos minutos para meter un putt después de haber comprobado primero el terreno con el gesto de moda, el Aim Point, en el que el jugador y, a veces, el caddie trata de sentir con los pies la caída del hoyo antes de pegar. Luego miró la caída desde los cuatro puntos cardinales.
"Bueno, creo que ese ejemplo realmente ilustra el problema y, desafortunadamente, estos jóvenes miran a sus héroes", explicó el miércoles Fred Ridley, el presidente del Augusta National "Nosotros el año que viene meteremos un límite de tiempo en esa competición. Creo que ese episodio podría ser una llamada a la acción que quizás no hayamos visto antes. He hablado de ello varias veces. Abordaremos ese tema esta semana. No les diré que estaré satisfecho con los resultados, pero me anima que el PGA Tour esté haciendo algunas cosas, experimentando con procedimientos de cronometraje que podrían ser un poco más agresivos que los que hemos visto antes". De momento, hay pocos motivos para el optimismo..
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