- Masters Augusta. Ballester sale con rasguños del primer combate con Augusta
Lo verbalizó el talentoso sueco Ludvig Aberg, pero es el sentimiento generalizado. “Como el público no está pendiente de tomar una fotografía con su teléfono o atender cualquier otra tarea, los aficionados se centran en el juego y eso es mejor para nosotros. Están más pendientes y nos anima más”.
En tiempos de consumo urgente, donde uno mira a las tribunas de cualquier espectáculo deportivo y no para de ver pantallas por todos lados en la mayor superproducción jamás pensada, el Masters es una anacronía. El Augusta National tiene prohibido la entrada de celulares. Incluso los periodistas deben salir al campo sin ellos, bajo riesgo de expulsión o retirada de la acreditación. A cambio, el club tiene dos puntos de cabinas, detrás del hoyo 6 y en la pradera del 18, donde se puede llamar gratis. “Hola, estoy en Augusta”, es lo que más se escucha. La manera de presumir sin poder subirlo a Instagram.
La medida es inflexible. Algún jugador lo lleva escondido en la bolsa y en silencio, pero son pocos. La mayoría prefiere dejarlo en la taquilla para no sonrojarse. También porque, se supone, tienen que dar ejemplo.
Ojalá todos los torneos fueran así, el espectador puede aprender más porque puede estar más pendiente de todos los golpes
Hubo un tiempo donde se decretó la prohibición de móviles en los campos de golf, pero se tuvo que dar marcha atrás después de comprobar que las licencias en Estados Unidos habían bajado y se jugaba mucho menos: nadie podía estar alejado de sus quehaceres cinco horas.
"Ojalá todos los torneos fueran así. A mí me gustaría que así fuera. Creo que de alguna manera el espectador valora más estar en un torneo y también puede aprender más porque al no tener el móvil, puede estar más pendiente de todos los golpes", resume Josele Ballester, un joven que nació sólo cuatro años del alumbramiento del primer iphone.
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