Era el 9 de diciembre de 1979. La selección española se jugaba en Limasol el pase a la Eurocopa de Italia del verano siguiente. Aquella fue la primera vez que Manuel Cáceres Artesero (1949–2025), más conocido como Manolo el del Bombo, viajó con la selección. Él y su inseparable bombo.
Con el paso de los años, se convirtió en una figura inseparable de la historia de la selección española. Un personaje universal. Acumuló partidos, fases finales, decepciones y alegrías que jamás habría imaginado. Vivió tanto que los recuerdos empezaban a confundirse. De aquel primer partido en Chipre, por ejemplo, recordaba goles de Quini, el capitán, que en realidad no existieron: los tantos fueron obra de Villar, Santillana y Saura.
Así empezó la leyenda del aficionado más fiel del fútbol español.
El Mundial de España en 1982 catapultó su popularidad. Su imagen encaramado a una valla en Mestalla, animando a aquella selección dirigida por Santamaría, es ya parte del imaginario colectivo. España se estrelló ante su afición, primero en Valencia y luego en Madrid. De poco sirvió el aliento incesante de Manolo y su bombo.
Aquel fue el primero de los muchos Mundiales que vivió junto a la selección. El último, el de Rusia en 2018. En Qatar, ya sin el respaldo financiero ni logístico de la Federación —gracias al cual Ángel María Villar le facilitó tantos viajes—, Manolo no pudo estar.
Un loro disecado
Durante todos esos años, Manolo acumuló horas de vuelo, kilómetros de carretera y un sinfín de anécdotas —no todas agradables— acompañando a la selección española por todo el mundo.
Una de las más impactantes ocurrió en 2004, en Zenica, Bosnia. Nada más aterrizar la expedición, mientras Manolo intentaba guardar su bombo en el maletero del autobús, un hombre de unos 30 años se lo arrebató y salió corriendo. Afortunadamente, el conductor del autobús y la policía lograron recuperar el instrumento.
“No es el valor económico lo que me habría dolido perder, sino el valor sentimental que tiene para mí este bombo”, explicaba después. “Ha sido un incidente aislado, porque el público de Bosnia me ha tratado fenomenal. Me paran por la calle, me piden fotos… Esta tarde, paseando por la ciudad, no han parado de regalarme cosas. El dueño de un restaurante incluso me obsequió con un loro disecado”, contó.
Del Mundial de Sudáfrica, al que asistió acreditado con la prensa, Manolo guardó para siempre la estrella que trajo consigo el gol de Iniesta. Sin embargo, a mitad del torneo tuvo que regresar a casa por una fuerte gripe. Se recuperó a tiempo para vivir, ya desde España, el minuto 116 en el que aporreó su bombo con la misma pasión de siempre.
Tres años después, en noviembre de 2013, la selección regresó a Johannesburgo. Antes de eso, hizo escala en Malabo, capital de Guinea Ecuatorial, para disputar un amistoso. Al bajar del avión, Manolo fue abordado por cientos de aficionados locales que, ante la falta de a los jugadores, se abalanzaron sobre él como si fuera una estrella. La respuesta de la policía del régimen de Obiang fue rápida y brutal: disolvieron a porrazos el entusiasmo popular.
En Rusia 2018, Manolo volvió a llorar. La autoridades rusas no permitían la entrada del bombo a los estadios. Entre lágrimas, Manolo rogó a todo lo que podía rogar: "Me dicen que son las normas, no me dan más explicaciones. Pido a España entera, al presidente del Gobierno, que pueda hablar con la FIFA para que esto se solucione. Llevo diez mundiales acompañando a la selección y nunca me había pasado esto", dijo a MARCA en una entrevista que acabó con un mensaje nada más y nada menos que al presidente de Rusia: "Putin, amigo, ayuda a un amigo". No hizo falta tanto. La Federación se movió y logró con la FIFA que Manolo pudiera acceder al estadio de Sochi para el debut de España
Guiños del destino: la vida quiso que el último partido que Manolo vio de su selección fuese en Mestalla, su casa, a pocos pasos del bar que le dio gloria y, también, alguna miseria.
Y tenía que ser un partido agónico, como tantos otros que vivió animando sin descanso. Fue el pasado marzo, cuando España se jugó el pase a la Final Four de la Liga de las Naciones en una sufrida tanda de penaltis ante Países Bajos.
Esa fue su despedida. La última parada de un viaje que incluyó centenas de partidos, diez Mundiales, ocho Eurocopas y cinco títulos celebrados bajo los latidos de su inseparable bombo.
Descanse en paz. El fútbol español ya no sonará.
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