Es de suponer que Marcelino acariciría un gato el pasado martes por la noche. Y no tanto por el derroche físico del Atlético para compensar una hora en inferioridad numérica, que también, sino por la descarga emocional que trajo consigo la victoria ante el Bayer. No es fácil competir después de haber competido. Y el técnico del Villarreal lo sabía. Sin necesidad de hurgar en la herida, simplemente manteniéndose firme por una vez atrás y esperando que fuera el rival quien se equivocara, rascó un empate del Metropolitano que parecía dar por bueno tratando de engancharse a la lucha por la Champions.
Simeone también tenía sus sospechas y había movido el árbol: seis cambios en la formación. Los de Lenglet y Galán conocidos, los de Llorente, Giménez, De Paul y Griezmann explicados efectivamente desde lo que vino y desde lo que vendrá. Durante media hora su equipo había estado potable, forzando disparos de Julián o Gallagher, ante un rival cuyo plan en todo caso no pasaba por el frenesí. Hasta el tiro en el pie local había pasado poca cosa, la verdad, aunque ya se vieran las costuras de Nahuel, que entre central o carrilero se queda en nada, o de Correa, absolutamente diluido cuando forma parte del once.
Y de repente, diana del Villarreal. Se puede discutir si la acción de Reinildo es suficiente para penalti, aunque el debate no existiría si Witsel hubiera despejado efectivamente un balón lateral que a ninguna parte parecía ir pero que dejó en las botas de Gerard. El gol del 7 desde el punto dejó noqueado al Atlético, que aún pudo encajar otro antes del descanso. Porque hasta dos veces volvió a tenerla el catalán, una adelantándose para rematar desviado lo que parecía servicio franco a Barry, otra bloqueado a última hora precisamente por Witsel tras regalo de Koke. No se trataba en el caso del belga del quite del perdón, porque lo hecho, hecho estaba, pero minimizaba daños.
Esos errores individuales de los tipos menos habituales aclaraban cuál es la primera unidad de un Atlético en el que Simeone hizo triple cambio pero para que ingresaran Azpilicueta, Lino y De Paul. O sea, apenas el argentino de los fijos. Y casi todo tras la reanudación pasaría por él, aunque lo primero fue que el Villarreal por fin tiró de vértigo en dos contras, especialmente una en la que Witsel apareció de nuevo cuando Gerard se relamía. Luego, sí. Luego llegó el envión rojiblanco que se venía presintiendo pero que se hizo esperar.
Y el empate con él, después de una combinación que pasó por unos cuantos hasta llegar a Correa prácticamente en área pequeña. El 10, genio y figura, hizo una de las suyas, taconazo con una pierna para que la pelota golpeara en la otra, confundiendo incluso a un meta, Luiz Junior, que apenas palmeó para dejarla muerta a pies de Lino. Con más de media hora por delante, la grada se las prometió felices en lo que El Cholo alimentaba la caldera tirando de Griezmann. Minutos después fue Marcelino el que intervino, alterando del tirón todo su frente de ataque con Denis, Pepe y Ayoze.
El Villarreal se hizo con la pelota para que no la tuviera un Atlético que se movía a empellones, sin continuidad, y de hecho lamentó un cabezazo desviado de Ayoze absolutamente solo en la que venía siendo tónica de la tarde: cada acción amarilla a balón parado derivaba en ocasión ante una zaga que esta vez defendía de aquella manera. En los últimos minutos tuvo una parecida Griezmann, aunque tampoco, y la peor noticia para dos equipos acostumbrados a salirse con la suya en las prolongaciones de partido fue un colegiado con prisas por salir de allí después de una tarde mala tirando a peor. Así que tablas. Días de mucho fueron vísperas de casi nada en el Metropolitano.
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