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El fútbol no se lo va a cargar nadie

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Vincius y Lamine Yamal pugnan por una pelota
Vincius y Lamine Yamal pugnan por una pelota
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A pesar de aquellas predicciones apocalípticas de Florentino en su cochambrosa presentación de la Superliga — “Nos vamos a la ruina, esto no les interesa a los jóvenes...”— el fútbol tiene difícil destrucción. Ni siquiera minándolo desde dentro. Este fin de semana asistimos a un ejercicio de autofagia que arrojó como consecuencia un partidazo. Fue rodar la pelota y evaporarse todos los diablos.

Empezó el Real Madrid, con sus habituales videos preventivos. Siguió González Fuertes, con una rueda de prensa inoportuna y fuera de lugar. Contestó el Real Madrid, especialista en viciar ambientes, tirar la piedra y esconder la mano. Y se hizo el muerto el Barcelona, protagonista del mayor escándalo en la historia del deporte español, que tiene hoy la habilidad, por medio de su presidente, de acariciar un gato y no dar explicaciones. Podría decirse que estamos ante el crimen perfecto.

Nada de esto pudo con el fútbol en su acepción deportiva y ambiental: la final fue una fiesta y un homenaje a la pelota. El Barça jugó una primera parte poderosa. Respondió el Madrid con una reacción de buen juego y carácter. Y De Burgos Bengoetxea, un cervatillo en medio de la carretera en una oscura noche de invierno, se hizo con el partido. Ganó el Barça porque fue fiel a una idea: pase lo que pase, siempre adelante. Perdió el Madrid porque no tuvo control en lo que mejor hace: gestionar el caos.

Partidos que marcan

Hay partidos que marcan y este puede ser uno de ellos. En el caso del Madrid, a varios de sus actores. A Ancelotti, para bien y para mal. Para bien, por su reacción y lectura de partido. Para mal, porque se demostró que pudo haber hecho más esta temporada. Demasiado inmovilista. Demasiado bienqueda.

Para mal, a Rudiger. Impresentable. Se le va a caer el pelo. Lo que hizo es un argumento para valorar si puede seguir en el Madrid. Tampoco fueron ejemplares las reacciones de Lucas Vázquez, el habitual deslenguado Bellingham y hasta Carvajal, que estaba en la grada pero que olvidó que es el capitán del Real Madrid y no un ultra.

Rodrygo también queda señalado. Lleva meses lánguido y apagado, pidiendo banquillo. Incomprensible el padrinazgo de Ancelotti con él.

Para bien, a Güler. Tuvo personalidad y calidad. Quizá, por necesidades del guión, deba reconvertirse y apuntar más a un jugador tipo Kroos, como apuntó el técnico. Su dominio del balón parado lo convierte en un arma de destrucción masiva.

Entre lo positivo, el Madrid demostró que tiene capacidad para pelear por la Liga. Lo lleva crudo pero el Barça, que sufrirá un desgaste en la Champions, no debería confiarse

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