Escribo desde casa nada más llegar del partido. Como sabéis, he vuelto a jugar tras 19 encuentros sin hacerlo desde que me operé la espalda. Volver siempre es especial, pero lo de hoy ha sido algo increíblemente emocionante.

Cuando he salido a la cancha, el pabellón entero se ha puesto de pie y ha coreado mi nombre. A mi madre se le saltaban las lágrimas. Yo no tengo palabras para expresar cómo se ha portado conmigo la afición de los Blazers. Siempre ha sido muy especial para mí, pero esto ha sido la gota que ha colmado el vaso. Son increíbles, de los mejores de la NBA.

Yo creo que a nuestra afición sólo se le puede comparar la de Utah. Pero la de Portland aprieta más. Además, mete mucha presión al rival que le cae mal y aplaude a quien tiene que aplaudir.

Os podría contar un montón de cosas que me pasan cada día por la calle. Para la gente de Portland el baloncesto es el deporte principal de la ciudad, no hay equipo grande de fútbol americano o soccer y todos siguen a los Blazers.

Yo no sé por qué, si por la final de los Juegos Olímpicos o por la 'Spanish Connection' con Sergio el año pasado, pero les caí bien desde el principio. Tendríais que ver la tienda del equipo: venden camisetas que dicen 'I Love Rudy', otra con mi foto con la leyenda 'Rudylicious', la camiseta de juego para chicas, una taza, un banderín, bolígrafos... Y tienen un bobblehead, uno de esos muñecos que mueven la cabeza, pero inmenso. De todo.

En la grada he visto a gente de aquí con mi camiseta de la Penya o de la selección. Alguna vez me he acercado a hablar con ellos y me cuentan que las compran en Ebay. Además, alguien traduce este blog de MARCA.com al inglés, aunque no sé si lo lee mucha gente.

Aparte de esto, os tengo que contar una que me pasó con Pau Gasol. El otro día vino aquí con los Blazers y nos fuimos a cenar a un restaurante japonés, el mismo al que fui el otro día con Marc. Si hay un hermano Gasol de por medio, hay que cenar comida japonesa, porque les encanta.

El caso es que fuimos en mi coche y lo aparqué en un parking. Al ir a pagar, no había nadie para cobrarnos, por lo que le dije a Pau que esperáramos a que viniera. Hacía frío y llovía, así que, aunque a mí no me hacía ninguna gracia, hice caso a Pau: "Si no está, no pasa nada. Vámonos a cenar", me dijo.

En el restaurante nos pusimos al lado de la ventana para vigilar el coche y pagar cuando viniera alguien, pero ya sabéis: cena, charla, el vinito... Y me despisté. En un momento, Pau me mira y me dice: "Oye, que hay un tío ahí poniéndote una multa". Eché a correr hacia el coche, pero no llegué a tiempo: me habían caído 35 dólares, que no es mucho, pero es mi primera multa en Portland y me sabe mal. Le he dicho a Pau que la pague él, que ha sido culpa suya, pero no cuela.

Así que aquí la gente me quiere mucho, me conocen todos por la calle y todo lo que queráis, pero la multa no me la quitan.