Batallita de redacción para empezar. Los que peinan canas ya (o ni eso peinan) aún recuerdan aquella eliminatoria de la Davis, disputada en Brno allá por febrero de 2004, por la conclusión mesurada que sacó un jefe de los de entonces, que no de los de ahora, después de que un tal Rafa Nadal perdiera ante Jiri Novak el primer punto. "A este chico hay que matarlo", soltó sin anestesia, dando por amortizada una carrera (incluso una vida si lo tomamos por lo literal) que sin embargo nos ha traído hasta aquí 20 años después: hasta unas líneas que supuran tristeza por lo que fue y no será, porque se escriben justo cuando deja de ser.
La carrera del mejor deportista español de todos los tiempos, conviene aclarar desde ya el galimatías anterior.
En realidad Rafa tardó un par de días en cerrar la boca que había lanzado el exabrupto recogido en el primer párrafo. En el siguiente formó con Robredo un dobles que también cayó, pero en el segundo se jugó con Stepanek una eliminatoria a la que Feliciano había devuelto la igualdad. Conviene insistir en que Nadal era un menor de edad recién aterrizado en la ATP y sin experiencia en la competición que estaba jugando (de hecho entró en la convocatoria por las bajas de los Ferrero, Moyá o Corretja), porque el resultado de aquello fue un 7-6, 7-6 y 6-3 con el que presentarse en sociedad, encarrilando de paso la que terminaría siendo segunda ensaladera española.
Como se suele decir ahora, el resto es historia.
Y no es cuestión de insistir en sus números, los 22 títulos de Grand Slam, las medallas olímpicas, las otras cuatro Davis en las que participó, los torneos conquistados por todo el planeta, suficiente información tiene este especial sobre ellos, sino de que durante dos décadas ha sido algo así como nuestro compañero, el tipo en el que debíamos confiar y del que podíamos sentirnos orgullosos. Aquel joven rebelde de pelo largo y vestimentas estrafalarias para el tenis de la época fue evolucionando hacia el padre de familia con problemas de alopecia y reflexiones a las que siempre convenía atender, se estuviera de acuerdo con ellas o no, pero es que eso mismo más o menos, llamémoslo madurar, llamémoslo envejecer, es lo que nos ha ido sucediendo a los demás. Sin su dominio de la raqueta, claro, pero identificados igual. También, por cierto, cuando con las mismas manos agarraba la escoba y achicaba agua de forma anónima tras unas inundaciones en Sant Llorenç.
Nadal ha ganado mucho, pero también ha perdido bastante. Es lo que tiene una carrera prolongada, es lo que tiene la rivalidad monstruosa que mantuvo con Federer al principio, con Djokovic al final, con ambos durante tantos años. De hecho los tres, no hay más remedio, están entre los tenistas de la historia a los que se han escapado más finales de GS. Algunas de esas derrotas resultaron especialmente dolorosas para Rafa, pero siempre cayó con buen talante y sin un mal gesto. Y siempre procuró levantarse. Y casi siempre se levantó.
Volvamos por un momento a ese vestuario de Wimbledon en el que, corría 2008, se habían recluido Rafa y Roger, obligados por el diluvio, después de que el suizo equilibrara una desventaja de dos sets, con el quinto y último en el horizonte. El tío Toni quería animar a su sobrino y pupilo, pero topó con una dosis de calma y con una lección de vida: "Tranquilo, que yo no voy a perder. A lo mejor Federer me gana, pero yo no voy a perder. Y si me gana, el año que viene volveré a estar aquí para ganar". Ganó Nadal y aquello se bautizó como el partido del siglo. Tenemos la sensación, en todo caso, de que de ésos ha jugado unos cuantos.
En realidad agradecíamos los horarios europeos, porque Parera (hagamos honor a uno de los segundos apellidos más pronunciados de la historia) también nos ha desvelado más de una y más de dos veces: aquella final de US Open que no se acababa nunca. Porque ésa es otra, claro: en vez de perder en tres horas, lo que hubiera agradecido el resto de nuestro cuerpo, el tipo se resistía para acabar ganando en cinco, lo que agradecía nuestro corazón. Nos tenía sin dormir, pero nos ponía a soñar. Mucho mérito...
Todo se acaba, pero que le quiten lo jugao'. Si lo hubiéramos matado cuando propuso el profeta nos hubiéramos perdido una carrera de época, pero al menos no nos estaría matando él ahora. Matando de pena, se entiende, pero matando al fin y al cabo. Gracias, Nadal. Vamos, Rafa...