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A Carlo Ancelotti le han vuelto a llamar desde Brasil. Visto lo visto ayer no me extraña que no se hayan olvidado de él y que alguien de la Confederación haya vuelto a tantear por si suena la flauta y se clarifica su horizonte. En realidad lo que no está nada claro es el momento en el que Brasil dejó de ser Brasil y ha pasado a convertirse en una selección irrelevante, sin atractivo y parece que sin solución hasta que, por generación espontánea, aparezcan una serie de jugadores capaces de revertir una situación que ya se prolonga demasiado en el tiempo.
Seguro que Carletto, recién llegado de su tierra donde recibió el reconocimiento justo y merecido que no se le da en distintos foros aquí en España, la Panchina d´oro, entregado por Demetrio Albertini, el hombre que lo jubiló como futbolista en el todopoderoso Milan, estuvo ayer atento al Clásico del Monumental de Buenos Aires y advirtió la enorme diferencia que hay, hoy por hoy, entre el campeón de todo, la Argentina de Scaloni y este sucedáneo brasileño capitaneado por una mala copia de Raphinha convertida en perro ladrador y poco mordedor. Así no se gana el Balón de Oro. Aprovecho para añadir el nivelazo de Julián Álvarez y Giuliano con sendos goles incluidos.
Hoy Ancelotti volverá a ponerse el chándal después de unos días de refugio familiar y turístico. Recupera a casi todos sus efectivos tras el parón de selecciones y tendrá que seguir leyendo y escuchando que su puesto está en el alero y que Xabi Alonso mañana jueves acaba de deshojar su margarita contractual en Leverkusen. Las cosas increíbles de este fútbol moderno. The Best, Balón y Banquillo de oro y Brasil susurrando ahora en el otro oído mientras acaricia una pelota que le puede dar un triplete nunca visto en el Real Madrid.
Su certeza es intentar ganar todo lo posible en el banquillo blanco y agotar, al menos, su año pendiente de contrato. Su duda, en caso de salida, es un reto mundialista o el atractivo de la cuenta corriente en una liga más cómoda.
Tras el 4-1 de ayer donde, por cierto, jugó un futbolista al que le encantaría dirigir en el Real Madrid, le debería haber quedado claro que, salvo la playa de Ipanema, no se le pierde nada en Brasil.
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