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La noche que debía ser de gloria y festejo terminó convertida en una postal vergonzosa de violencia y descontrol. El futbol helénico vivió uno de sus episodios más oscuros este domingo, cuando la Superliga griega, lejos de cerrar con abrazos y medallas, se selló con golpes, gritos y una imagen que heló la sangre: Orbelín Pineda, seleccionado mexicano, siendo ahorcado en medio de una batalla campal.
Todo comenzó tras el silbatazo final en el Estadio Georgios Karaiskakis, casa del Olympiacos, donde los locales se proclamaron campeones al vencer 1-0 al AEK Atenas, club donde milita el talentoso azteca y que dirige el siempre combativo Matías Almeida. Lo que debía ser una celebración se tornó en caos cuando los jugadores del Olympiacos invadieron la cancha en un estallido de júbilo que, de pronto, se tiñó de bronca.
Los detalles de la bronca entre AEK Atenas y Olympiacos
La tensión acumulada durante toda la temporada, los roces de noventa minutos ásperos y las provocaciones cruzadas detonaron en segundos. Los empujones se convirtieron en gritos, las palabras en manotazos, y de ahí al descontrol total. Cuerpos técnicos, suplentes y hasta personal de seguridad intentaron frenar la locura, pero el orgullo herido de ambos bandos hizo imposible detener la tormenta.
Entre toda esa marea de camisetas agitadas y puños al aire, Orbelín Pineda fue protagonista involuntario de una de las escenas más impactantes: el portugués Gelson Martins, en un arranque de furia, lo sujetó del cuello, aplicándole una especie de llave mientras ambos forcejeaban. La imagen de Orbelín, atrapado entre los brazos de su rival, mientras intentaba liberarse, se viralizó en segundos y conmocionó a la afición mexicana.
Amargo juego para Orbelín Pineda
El 'Maguito' fue finalmente retirado por sus compañeros, todavía alterado y con visible molestia por la agresión sufrida. No hubo expulsiones inmediatas, y hasta el cierre de esta nota, la Federación Griega de Futbol no ha emitido sanciones oficiales por el bochornoso espectáculo.
Para Olympiacos, el título supone romper una sequía de tres años sin coronarse, pero esa copa quedará manchada por el recuerdo de una celebración que se les salió de control y empañó lo deportivo.
Para Orbelín Pineda, queda la cicatriz de una batalla que jamás debió suceder en una cancha, pero también la muestra de que, a donde vaya, no deja de luchar hasta el último segundo. Porque hay guerreros que no se achican ni siquiera cuando intentan ahorcarlos.
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