La UEFA ha elegido al polaco Szymon Marciniak para llevar el control del partido entre la Atalanta y el Real Madrid, un duelo crucial para los blancos y su futuro en la Champions. El polaco, número uno del arbitraje continental hasta la pasada temporada, vuelve a cruzarse en el camino del equipo blanco. Será el noveno partido que dirija a los blancos, antes lo que se estrenó el 8 de marzo de 2016: 2-0 a la Roma en Chamartín.
La última vez que Marciniak pitó al Madrid fue el 8 de mayo, cuando Joselu metió a su equipo en la final de la Liga de Campeones. Esa noche, el Bayern se quejó amargamente de una acción con el tiempo casi cumplido que pudo mandar el partido a la prórroga. De Ligt marcó, per el asistente de Marciniak, Tomasz Listkiewicz, levantó la bandera. El gol se anuló por fuera de juego. La queja bávara fue por la precipitación, porque no se hubiera esperado a que acabara la jugada para que el VAR aclarase si era o no fuera de juego, que lo parecía. Era lo que se había hecho poco antes con el segundo gol del Madrid.
Detrás de la figura de Marciniak, árbitro de la final del pasado Mundial, la de los tres goles de Mabppé y el título para Argentina, está la de su padre. La decisión de su hijo de Szymon de dirigir su vida deportiva al fútbol le supuso un disgusto enorme. Estaba convencido de que en su casa tenían a un futuro gran ciclista, un niño capaz de llegar a hacerle vibrar como lo hizo él con Zenon Jaskula y su tercer puesto en el Tour de 1993.
Pero un buen día, Szymon llegó a casa y dijo que se acabó la bicicleta. Porque llegó a aborrecerla. Lo que debía ser una diversión, se había convertido en una tortura. Mientras sus amigos quedaban para jugar al fútbol o irse con los trineos a la nieve, su padre le marcaba hora y lugar para salir a rodar. Con 12 años hacía entrenamientos de 100 kilómetros. Daba igual que lloviera, que las chicharras cantaran por un calor abrasador o que el frío se le metiera en todo el cuerpo. Las madres de sus amigos zurcían pantalones y gruñían por los zapatos rotos; la suya le colocaba hojas de periódicos en el pecho y los pies para que se congelara.
Su padre tenía motivos para soñar. Porque Szymon ganaba y ganaba carreras. Era bueno cuando la carretera se empinaba y también en el sprint. Pero su cabeza iba por otro lado. Recuerda la dureza del ciclismo, de su padre, que nunca le permitía perderse un entrenamiento y del mensaje del los entrenadores: "Si te bajas, no te vamos a esperar; si lloras, coge una hoja de un árbol y te limpias las lágrimas".
Peligro para los árbitros
Dejar la bici y elegir el fútbol encontró el apoyo de su madre y el silencio doloroso de su padre. Pero no había vuelta a la burra. El en Wisla Plock era su destino. No era un jugador de clase, más bien todo lo contrario, un guerrillero, un futbolista de juego subterráneo. Pero disfrutaba con el fútbol. Tanto como ponía en dificultades a los árbitros con su manera de jugar y su comportamiento.
Cuando el Marciniak de hoy habla de aquel fue jugador no duda en calificarse como "un poco cabrón", "un idiota". Y lo achaca a una cosa muy sencilla de las que los árbitros se han quejado toda la vida: el desconocimiento del reglamento por parte de los jugadores. Quienes jugaron a su lado sonríen viendo qué hace hoy en un campo de fútbol y qué hacía entonces.
Con 21 años empezó a interesarse por el arbitraje, y a los 25 decidió que era su camino. Si alguien conoce bien su viaje es Magdalena, su esposa, que le acompaña en la vida desde que Szymon era aquel jugador rebelde y protestón.
El penalti de Italia 90 y su asistente
En el Lusail, Szymon Marciniak alcanzó el punto más algo al que puede llegar un árbitro, la final de la Copa del Mundo. A su lado estuvoTomasz Listkiewicz. Su padre fue uno de los asistentes del mexicano Codesal en la final de Italia 90. La perdió Argentina ante Alemania con un penalti en el minuto 85. "Te han mandado para un robo", le dijo Maradona a Codesal al expulsar a Monzón (65'). Tomasz fue el que levantó la bandera para anular el gol del Bayern en pasado mayo.
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