El fútbol que queremos, sobre una grada vacía. Perfecta metáfora. La pancarta que puso el Atlético pero que obliga a poner la Liga contempló después de varias horas allí colocada cómo Sorloth sentenciaba definitivamente otro partido de frenopático, bueno es el Metropolitano para eso, en el que todos los goles llegaron en la portería que daba a un Fondo Sur castigado, justos por pecadores, a mayor gloria de todos los que quieren clientes en vez de espectadores y sólo luchan contra la violencia, como contra tantas otras cosas, cuando se dan las condiciones que le vienen bien al negocio. Después de otro partido malo, el equipo local tiró de remontada al otro lado del silencio.
Como todo pivotó sobre la figura de Raba, ni siquiera resulta extraño que una de las escasas ocasiones del Atlético en el primer acto, con la que Sorloth no supo qué hacer, llegara a la contra y justo cuando el cántabro se había quedado en el suelo, dolido después de que Griezmann le rebañara la pelota que no le había podido rebañar antes Witsel. El futbolista del Leganés daba sentido al juego cada vez que pasaba por él, de hecho poco antes del gol ya había forzado una tarjeta de Lenglet, de modo que fue quien se encargó de habilitar a Neyou dentro del área para un zapatazo que no encontró oposición rojiblanca y que acabó en la red.
Porque así estaba el equipo de Simeone: lo ajeno derivaba en diana, lo propio era una competición de impotencias. La citada cartulina del central francés, por ejemplo, había sido el desenlace de una acción que, además de la calidad de Raba, exhibió la desesperante lentitud de Koke. Y que el capitán se mueva así obliga a que el equipo se mueva así, al trote, porque por lo demás hay muy pocos que tengan el fútbol que sigue teniendo él. Por lo táctico tampoco adquiere sentido el juego, esta vez con Galán metido como tercer central en defensa e intentándose desplegarse en ataque incluso por dentro.
Griezmann andaba en su mundo y Riquelme o Correa no tomaban una decisión correcta, así que al Leganés, más allá de Raba y de algún detalle de Juan Cruz, le alcanzaba con el correspondiente ejercicio solidario cuando el rival tenía la pelota sin saber qué hacer con ella. El despropósito local era evidente, más allá de algún disparo perdido tras alguna jugada confusa, y Barrios exhibía desde la gestualidad que, una tarde más, allí no había quien se aclarase. Al descanso la parroquia rompió el silencio apenas fuera unos diez segundos para despedir a la muchachada con música de viento. La buena gente del Lega se lo pasaba en grande.
Tal y como viene sucediendo de un tiempo a esta parte, el primer movimiento del Cholo tampoco contribuyó a desatascar lo que atascado estaba, Lino por Nahuel para que Riquelme pasara al carril diestro... donde enseguida quedó en evidencia. Aquello discurría por los mismos cauces, de hecho la gran oportunidad que marró Correa nació desde una recuperación de Griezmann, que no desde el juego colectivo, así que Simeone tiró con todo ya, triple cambio argentino para que aparecieran De Paul, Giuliano y Julián. Sendos percances de Lino y Lenglet, el segundo obligado a dejar el litigio incluso, parecieron amortiguar el efecto de tanto cambio.
De hecho Giménez completó el carrusel rojiblanco sin que Borja hubiera iniciado siquiera el pepinero. Cuando lo hizo, curiosamente, fue inmediatamente castigado con el empate. Raba y Juan Cruz fuera... y gol de Sorloth. De tacón y después de que Witsel, un central, la pusiera dos veces consecutivas desde la línea de fondo. Así andaba la cosa. A partir de ahí, sí. A partir de ahí el arreón del Atlético dio para que Tapia evitara una que se colaba tras pegarla De Paul, primero; para que Griezmann embocara adelantándose a Dmitrovic una pelota en la que sólo había creído Giuliano, después; para que Munuera Montero pretendiera premiar al galo con una roja que era otra burla al fútbol y que fue revisada por la tecnología, inmediatamente; y para que Sorloth definiera a ultimísima hora, por fin. El fútbol que queremos. Más vale callarse...
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