Después de que Grizi perdiera una pelota extraña, y no era la primera, Simeone hizo el último movimiento: Reinildo por Sorloth. Sorprendente cuanto menos. Hubo en la grada quien se lo tomó regular, más porque aparecía un defensa para suplir a un delantero que por la certeza de que de los precipitados cambios anteriores ya había salido perjudicado un Atlético que se fue perdiendo en las sombras y que apenas tuvo una más hasta la conclusión. En realidad la tecnología había aclarado mucho antes, cuando anuló la que sí había entrado de Riquelme en el arranque de ese segundo acto, que se pusiera el personal como se pusiera no iba a entrar ninguna.
Y eso que habían aparecido Llorente, Barrios y Antoine del tirón. Y eso que después apareció Correa. Suena bien, pero el ruido superó a las nueces. De hecho ese Atlético fue peor que el anterior, al que sólo le faltó el gol, nada menos que el gol. El Espanyol aparecía por el Metropolitano sin una mala diana liguera que llevarse a la boca y así continúa, pero el casillero de puntos ya no está vacío después de unas tablas que saben a caramelo desde la perspectiva blanquiazul y a rayos desde la rojiblanca. El primer arañazo en el Metropolitano lo sufrió el equipo de La Araña, a la que a todo esto habían sacado del litigio.
Sentó de perlas la primera pausa de hidratación al Espanyol, zarandeado hasta entonces por un Atlético que hizo de todo menos lo que había que hacer. Comprobó la escuadra perica que el ropaje andaba sin embargo intacto y construyó una jugada colectiva que dejó a Puado solo y desde cerca para hacer el primero de la noche, sólo hubiera faltado. El muchacho la echó fuera quizás por el qué dirán, porque buena parte de la media hora anterior había sido un monólogo en el que el personal apenas apostaba por el momento en el que marcaría el equipo de Simeone, momento que por cierto no llegó.
Había tenido dos Julián, una sacada por Joan y otra desviada. Había topado con el palo Lino, aunque como la bandera se había levantado pero el del silbato concedió ley de la ventaja nunca sabremos si aquello hubiera subido o no al marcador. Había cabeceado y disparado fuera Sorloth, otro que tal. Había, en resumen, sometido el Atlético a un rival que asumía el allá me las den todas. Habían merecido la tropa del Cholo y su ritmo trepidante mucho más que la de Manolo y su puesta en escena pusilánime, sin capacidad en todo caso para desnivelar de verdad lo que desnivelado parecía.
Después de la de Puado y antes del intermedio apenas tendría el equipo local otra, diseñada desde el empeño de Julián y De Paul, a las manos de Joan otra vez la que había conectado con la testa Sorloth. Así que aquello estaba como había empezado, así que el del traje negro comprobaba una vez más que la rotación no es una suerte que le preste especial atención. Tres de los habituales ni siquiera completaron el calentamiento de los suplentes, porque no había tiempo que perder. Al camerino para recibir instrucciones, a la cancha para poner en marcha el 'plan B'. Entre los que no reaparecieron, efectivamente, Julián. Nadie dijo que fuera a ser fácil para el recién llegado. Y después, sin él, la impotencia.
Vaya por delante, a todo esto, la más sincera enhorabuena para los iluminados que tienen a los entrenadores rotando en la tercera jornada de Liga. Incluidos, por supuesto, los propios clubes, de gatillo fácil para aprobar calendarios que podrían definirse como absurdos si, lo que es peor, no fueran además peligrosos. Con tres jornadas seguidas del agosto que nos traemos, hay quien echa el bofe ya. Manolo, mientras, presume de su primer punto en la máxima categoría. Ganado a pulso, que esto consiste en ponerla en la jaula. El Atlético, definitivamente, anda en construcción.
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