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No hace tanto, concretamente en el partido frente a Las Palmas del pasado 3 de noviembre, De Paul era recibido por el Metropolitano (quizás con las derrotas frente al Lille y el Betis demasiado frescas) con música de viento. A más de uno y de dos se les agotaba el vaso de la paciencia al entender que no era el mismo que es pieza capital en Argentina. Sin embargo, también sería el primer día en que el mediocentro comenzaría a responder a la grada como mejor sabe. Por aquel entonces, asistiendo a Sorloth para que sentenciara el duelo. Lo que nadie podía imaginar entonces es que su redención iba a coronarse en Cáceres con Rodrigo luciendo sus galones como capitán del barco rojiblanco.
Más allá de la curiosidad de portar el brazalete en el tramo final a raíz de la sustitución de Koke (y sin Oblak, Giménez o Griezmann en el campo), el argentino impondría su jerarquía cuando más comprometida parecía la situación para el Atlético. Ya había sido uno de los pocos que habían bajado a intentar detener el contragolpe que derivaría en el gol del Cacereño y uno de los que habían probado suerte con su disparo cuando el 1-0 aún campaba en el electrónico. Pero sería en el momento más difícil cuando asumiría la responsabilidad.
Un gol y dos asistencias
A menos de diez minutos para el final, no perdería la calma para poner un balón medido en la cabeza de Lenglet, primero, y para ser él mismo, aunque fuera mediando un rebote, el que anotara el segundo gol con el que el Atlético obraba la remontada. No contento con su impacto en el partido, aún tendría un pase más en su manga para que Julián Alvarez firmara el tercero.
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