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Pocos eventos reúnen tantos ingredientes vitales y espirituales como el 'Desierto de los Niños'. Esta caravana, que dio comienzo hace 21 años y que está patrocinada por Hyundai, lleva todo tipo de ayuda a las zonas más desfavorecidas del sur de Marruecos, a pequeños pueblos olvidados donde apenas hay nada para sobrevivir. En ese entorno tan hostil, rodeados por un desierto duro, que ofrece pocas oportunidades, se llevan a cabo una serie de acciones solidarias para intentar hacer la vida más fácil de la población local.
Treinta y ocho vehículos (algunos todoterreno, otros SUV) y un camión recorrieron en esta edición una ruta de 3.500 kilómetros. Desde Madrid al Algeciras, de Algeciras a Tanger, de Tanger a Fez, de Fez a Erfoud, de Erfoud a Merzouga y vuelta a Erfoud, para regresar posteriormente en dos etapas a España. Un trayecto largo pero que se hace con gusto, por los objetivos que tiene el viaje y por el espectacular entorno que se atraviesa.
Graduando la vista
A la entrega de material se une la labor de las ópticas de la Fundación Alain Affelou que acompaña la caravana y que se encarga de graduar la vista a personas de olvidados pueblos y aldeas que se visitan durante el largo recorrido. En total se revisó a más de 800 personas que les cambia la vida esta actuación, ya que poder ver con normalidad ofrece nuevas oportunidades a la población. Niños que pueden volver a estudiar y adultos que pueden trabajar o realizar cualquier labor con normalidad tras haber estado impedidos por su falta de visión.
El Desierto de los Niños no solo tiene efectos muy positivos para los que reciben la ayuda, la caravana la componen familias con sus hijos. Esos chavales pueden salir de la burbuja del primer mundo para comprobar que existe otra realidad, una realidad dura que no hace concesiones. A pesar de las dificultades, los niños marroquíes no pierden la sonrisa. Los pequeños que llegan desde España no vuelven a ser los mismos. Aprenden a ver lo privilegiados que son y se despierta su lado más solidario.
Muchas lluvias
En esta edición, Marruecos ofreció una imagen completamente desconocida. Todo el norte presentaba un color semejante al que pudiéramos encontrar en Asturias o Cantabria. Un entorno inesperadamente verde nos acompañó hasta bien entrada la cordillera del Atlas, esa frontera que sirve para separar el norte y el sur de nuestro país vecino. Las cuantiosas lluvias caídas en las últimas semanas han cambiado un paisaje que ahora parece de otras latitudes. Hasta llegar al Atlas, todo transcurre por lugares medianamente civilizados. Una vez que se pasa la cordillera, te enfrentas a un entorno hostil, más propio de lo que uno imagina que pudiera encontrarse en la luna. Un desierto pedregoso, aunque en esta ocasión el agua caída había hecho pequeñas lagunas y había cambiado parte de la arena por el barro.
Lo que permanecía inalterable eran esas inmensas extensiones de terreno sin el más mínimo atisbo de vida. Kilómetros y kilómetros por la nada para encontrase de repente una minúscula aldea. Así son muchos pequeños núcleos de población en el sur de Marruecos. Lugares con unas pocas casas, completamente aislados. No alcanzas a entender de qué vive allí la gente. Ese era el destino de la aportación solidaria de la caravana. Las zonas más olvidadas del territorio marroquí, donde los niños no tienen los recursos más básicos para poder tener una mínima oportunidad de prosperar. Se limitan a agolparse a los lados de la carretera, con el peligro que ello conlleva, para lograr una moneda, una botella de agua o cualquier artículo que puedan lanzarle los turistas.
Labores solidarias
En esta ruta había objetivos muy definidos. La reconstrucción de un centro social en Tisserdimine (con la solidaridad de los concesionarios de Hyundai), la donación y el montaje de mobiliario para una escuela en Ramlia, donde está prevista la construcción de un campo de fútbol de césped artificial, y la entrega de material en un centro de personas con discapacidad en Erfoud han sido las acciones que dieron el sentido solidario al viaje. Difícilmente se pueden borrar esas sonrisas de los que, a pesar de tener todo en contra, no pierden el ánimo y parecen hasta más felices que los que llegamos del primer mundo. Mientras, en paralelo, las seis ópticas de la Fundación Alain Affelou se enfrentaban a jornadas interminables graduando la vista a la población local que lo necesitase. Un trabajo que solo los que se pudieron beneficiar lo pueden valorar realmente.
La ruta para desplazarse por estas poblaciones encerraba mil trampas. Piedras, agujeros, barro, arena, ríos.... Los coches sufrieron todo tipo de agresiones en los bajos, suspensiones, ruedas, dirección y motor. Nuestro grupo, compuesto por ocho unidades de Hyundai Kona, Tucson, Santa Fe y hasta un Ioniq 5 eléctrico, fueron puestos al límite. Parece increíble que vehículos pensados para ir por carretera, demostraran esa robustez. Hay momentos en los que el coche parecía que se iba a partir en dos, pero en contra de lo que pudiera parecer los Hyundai siguieron adelante. Solo en alguna poza de barro hubo que realizar algún 'rescate', algo que le dio al recorrido ese punto de aventura que lo hizo tan especial.
Experiencia muy completa
Muchos kilómetros después y tras pasar por caminos infernales, enfilamos el camino de vuelta. Hemos atravesado paisajes que te dejan la boca abierta, hemos disfrutado de una cultura sorprendente, nos hemos dejado seducir por la luz del desierto (algo que hay que ver al menos una vez en la vida). El viaje te deja mil imágenes. Oasis, ruinas romanas, medinas que parecían laberintos, pero la fotografía más valiosa de todas es la de esos niños que se sentían afortunados por recibir esa pequeña ayuda que le harán las cosas un poco más fáciles. Por algo se llama 'El Desierto de los Niños'...
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